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Blog alternativo de actualidad política con temas de interés internacional

Zapatero e Iglesias, patrocinan el terrorismo callejero anticristiano

Asidero

Los jóvenes norteamericanos que son hijos de musulmanes allegados en la década del 70, distan mucho de los nuevos que, solo buscan insertarse en el mercado laboral y mantenerse en una estructura comunitaria, bajo la estimación de un solo jefe de manada que, debe reproducir los hábitos conservadores de su punto de origen y, no avanzar más allá de la clase media.

Los países bajos y Bélgica, países que manejan una dialéctica en un contexto de ideal nacional reflejan principios  de animosidad generalizada hacia el islam que, ya lo han convertido en un culto habitual en esta región y sin tomar en cuenta, los desafíos geopolíticos, reflejan una práctica integracionista que permite manejar bien los dos contextos, el territorial y el ambiental, rompiendo con el velo integral de la fe y, su comparecencia ante los otros estados europeos es diferente, porque, poco existe el espíritu virulento de la anarquía y la separación de las tribus, acordes a los brazos genealógicos de su realidad histórica perceptiva.

Los musulmanes, constituyen un verdadero reto a la civilización. Es una dinámica social muy globalizada que el presidente Donald Trump y Emmanuelle Macron deben converger para crear una verdadera red de adhesiones que permita no mantener esa distancia entre los padres e hijos, pero el desplazamiento efectos de la guerra ha sido muy abrupto y las distancias no coinciden porque las etnias llegan sin ser clasificadas por el grupo familiar, creándose núcleos de pugnacidad por eventos netamente históricos.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 y luego, a otros niveles, los de Madrid (marzo de 2004) y Londres (julio de 2005) constituyen un elemento importante del análisis de la imposición de la globalización en la lectura de las situaciones de los musulmanes en los países de la UE y en EE UU. En cierto modo, han intensificado las conexiones entre asuntos internacionales e inquietudes más nacionales. Puede hablarse de un antes y un después del 11 de septiembre. En cualquier caso, así es cómo se instaló el discurso para explicar a las opiniones públicas y a las agencias de seguridad la activación de un supuesto “cambio de paradigma” que otorga a las divergencias culturales y religiosas la categoría de amenaza prioritaria en materia de seguridad internacional. Hasta 2001, los musulmanes llamados “del interior” se consideraban, antes que nada, el público destinatario de las políticas sociales y de integración, actores sociales atrapados en las redes de una lectura de sus posiciones relacionada con las trayectorias migratorias. A partir de 2001, la figura del home grown terrorista, del “durmiente”, pasa a ser la encarnación eficaz de la desterritorialización y la ubicuidad que las poblaciones musulmanas parecen encarnar por excelencia cuando se hallan en minoría.

Las medidas de seguridad, han variado en la lucha contra el terrorismo, puestas en marcha tras el 11- S. Los Estados miembros de la UE y los residentes en suelo norteamericano, tuvieron que asumir mayor vigilancia a los lugares de culto, de las autoridades clericales y asociaciones religiosas para impulsar, estigmatizaciones sobre grupos violentos y normales que buscaban manipular las libertades públicas para generar violencia.

El racismo y la xenofobia, impensables como lugar común hace una década, van camino de naturalizarse en Europa. Y los 21 millones de musulmanes de la Unión Europea, tanto de forma individual como colectiva, son la víctima propiciatoria más a mano. El auge de la islamofobia denota, por sí solo, que los fundamentos europeos de libertad, igualdad y solidaridad siempre fueron más bien retóricos, o lo que es lo mismo, que la crisis europea es, ante todo, una crisis de principios.

Las legislaciones inclusivas que en su día caracterizaron a la UE están siendo cuestionadas de forma alarmante por una serie de iniciativas políticas y legales que segregan a los musulmanes del resto del cuerpo social, y que a la postre acaban por discriminar al islam en tanto confesión. A su vez, la xenofobia rampante consuela a una parte creciente de la población, que escupe en términos identitarios su hastío hacia una Unión que según aumenta el número de ciudadanos en riesgo de exclusión (ya es una de cada cuatro) cercena el sueño de progreso social en que se asentaba su legitimidad simbólica. El resultado es que para demasiados europeos Europa cada vez es menos blanca, menos cristiana y menos de clase media, y hay que buscar un culpable.

Mucho ha evolucionado la relación de Europa con el islam desde que hace justo un siglo Lawrence de Arabia pronunció su fatalista ¡Maktub! (“¡Estaba escrito!”) con que justificó la traición británica a la promesa de un reino árabe independiente en Oriente Próximo. Si en la época colonial el islam sirvió como excusa para hacer del musulmán un sujeto subalterno, necesitado de la luz europea, hoy el islam forma parte de Europa, y los musulmanes europeos son ciudadanos tan dueños de su historia como los demás. Se trata de un cambio radical, si bien se está resolviendo de forma traumática para los musulmanes.

La sobredimensión de la identidad religiosa del musulmán europeo por parte de la opinión general le fuerza de continuo a tener que definirse a la defensiva. Sobre él se arroja la sombra del yihadismo, del burka o de la inmigración, últimas amenazas a una paz europea que a estas alturas se sabe a sí misma inexistente. Hasta los chavales de secundaria se ven inducidos, ante las preguntas inquisitoriales de compañeros y profesores, a pensarse como peligrosos musulmanes. ¡Y pobre de aquel que haga valer su derecho a inhibirse! ¡Imposible: el musulmán es siempre musulmán!

Causa de esta sospecha generalizada que pesa sobre los musulmanes son, en buena medida, las políticas de los poderes públicos encaminadas a su fiscalización permanente. Los que más directamente las sufren son los jóvenes, que se ven sometidos a ellas a cambio de una ciudadanía europea que se les regatea. En Francia, el más reciente proyecto del Gobierno francés en su “guerra contra el terrorismo, el yihadismo y el islamismo radical” consiste en internar en centros de rehabilitación creados ex profeso a los jóvenes “radicales”, categoría escurridiza donde las haya. En España, la mera sospecha de “haber entrado en un proceso de radicalización” está en vías de convertirse en delito tipificado: a finales del año pasado.

Europa y sus musulmanes van en el mismo barco. Los musulmanes se juegan mucho, pero Europa también. El proyecto europeo, fundado en criterios igualitarios, también depende de su actitud con los musulmanes. El discurso xenófobo de los partidos neonacionalistas en auge, que hacen de la islamofobia caladero de sus votos, cuestiona a diario los más sagrados principios europeos. Su islamofobia no tiene complejos, es explícita y ufana. El peor exponente es el holandés Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad, que compara el Corán con Mein Kampf de Adolf Hitler y pide que se prohíba. Pero de forma indirecta y más peligrosa si cabe, hay otro tipo de islamofobia que hace que se tambaleen los cimientos de la Europa integrada. Es una islamofobia de tono sutil, de argumentos ilustrados y nunca proclamada, aunque en ocasiones se descuide y desvele sin tapujos su carácter discriminador.

Europa, siempre ha estado en un ciclo de transformación cultural, pero, el relativismo la viene destruyendo en su esencia, las decisiones deben ser tomadas a una sola voz, muchas de ellas, reflejan una grave diversidad que solo tienen el propósito de renuncia a la religión o que, regresen a su lugar de origen, las minorías musulmanas son las que perderían y, esto jamás va a ocurrir,

El fundamentalismo yihadista está en pie  y como en la novela de Michell Houellebecq, se necesita mucha sumisión y los integracionistas del Medio Oriente cuentan con José Luis Zapatero- Psoe- y Pablo Iglesias- Podemos- para patrocinarlos en Catalunya  y crecer desde allí para conformar un gran movimiento musulmán que se caracterice por sacar la Monarquía de los viejos castillos españoles y dejar que Francia empiece aplicare su política conservadora para aislar a estos grupos del Golfo Pérsico, bueno Francia tenía colonias en el Medio Oriente, más que en España.

Es tiempo de profetas. El proverbial rayo en un cielo de verano nos ha caído este jueves en Barcelona, aunque los antecedentes de Niza, Londres, París o Berlín disminuyen inevitablemente el efecto sorpresa. Ahora, es Estados Unidos de Norteamérica y Venezuela. El horror nos ha llegado ahora a nosotros, pero es un horror ya muy ensayado por los yihadistas en toda la Unión Europea. El objetivo es minar el espíritu de la sociedad democrática para que se achique o, quizá más aún, eleve su confrontación con el islam a través, por ejemplo, de las deportaciones masivas que muchos proponen ante crueles atentados como el de Barcelona, o de nuevas acciones bélicas en Próximo Oriente: los yihadistas esperan atraerse a más y más musulmanes y así provocar el enfrentamiento final con Occidente y la destrucción de la civilización cristiana. O el fin del mundo, que también les vale a los más fanáticos seguidores del profeta.

Los cristianos de América Latina, dejarán de serlo, serán islamistas. El presidente, Nicolás Maduro Moros, es santero y da adoración a Sai Baba.

Espero ver a Zapatero e Iglesias, a Tarek Elisaimi en la calle, un terrorismo callejero tan difícil de atacar, muchos inocentes más van a morir

Y la cuestión es que a largo plazo con las medidas policiales y de información no va a bastar. Hay por delante una tarea de incorporación de los musulmanes a la cultura democrática que debería ser posible porque la gran mayoría de ellos desean integrarse. Pero subsiste un grave problema: sigue sin surgir un liderazgo musulmán europeo y latino, formado allí, con representatividad y con implicación en la lucha antiterrorista.

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